Vivir con gratitud

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Por Craig Groeschel

Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no entregarlo. —William Arthur Ward

Estábamos a tres semanas de Navidad, y yo era una de las miles de personas que se enfrentaba a las multitudes en busca del regalo perfecto para una persona que ya lo tiene todo.

Mientras trataba de navegar educadamente por el mar de los compradores de la tienda de electrónica, todo el mundo se quedó quieto cuando escuchamos a una joven gritando tanto como le daban sus pulmones.

¿Estaba herida? ¿Perdida? ¿La estaban secuestrando?

Instintivamente, dejé caer el videojuego que había elegido para uno de mis hijos y me lancé a través de dos pasillos en dirección a los gritos para ver si podía ayudar. Evidentemente, la mayoría de la gente tuvo la misma idea, porque de pronto se formó una multitud alrededor de la escena.

La niña, de unos ocho o nueve años de edad, vestía unos pantalones cortos de color rosa oscuro hasta la rodilla con una camiseta de color rosa claro haciendo juego, con las palabras «Soy linda, ¡mímame!» escritas en la parte delantera.

En otras circunstancias, yo hubiera dicho que el «Soy linda» escrito en su camiseta hubiera sido verdad. Le faltaba un diente, y su pelo rubio y rizado iba recogido en una cola de caballo.

«¡Quiero el nuevo y lo quiero ahora!», gritó y lloró, todo al mismo tiempo mientras pateaba el suelo con sus zapatos Crocs de color rosa, agitando los brazos frenéticamente.

La pequeña multitud congregada alrededor se había quedado en shock.

La muchacha seguía retorciéndose violentamente, revolcándose y luchando aparentemente por su vida. Pero solo estaba luchando por un nuevo juguete, luchando con su madre, una mujer bastante normal, que estaba claramente avergonzada.

La muchacha parecía como si estuviera haciendo una prueba para el papel de heredera mimada en una nueva película sobre Willy Wonka, o tal vez para ser más exactos, de niña poseída en una nueva versión de El exorcista. Así de malo era. Decir que estaba lanzando un desafío es el eufemismo del siglo.

—¡Te odiaré para siempre si no me consigues el nuevo! —chilló, arrojando un grito espeluznante hacia su indefensa madre.

Se presentó el de seguridad, y la madre, avergonzada sin medida, abandonó y se rindió.

—Está bien, está bien, está bien —dijo ella, obviamente, perdiendo una batalla que había perdido antes—. Te lo compro si te calmas. Por favor… ahora… cálmate…

Al instante, el estado de ánimo de la niña cambió. Como una actriz que acababa de terminar su escena, la chica se levantó, se arregló la ropa y se quedó sin aliento. Luego dijo con mucha calma:

—Bueno, vale, eso me gusta más. Y quiero el rojo.

Al día de hoy no estoy seguro de qué cosa nueva quería la chica. Era evidente que tenía por lo menos una de las versiones más antiguas, pero también que ya no le valía. Afortunadamente, no verás una escena como esta todos los días al ir de compras. Sin embargo, es probable que hayas visto algo tristemente similar.

El chico de la fila de la tienda de comestibles que exige un paquete de chicles, una barra de chocolate Snickers, o un juguete Buzz Lightyear. O los gemelos que patean, gritan y pelean cuando se niegan a abandonar el parque temático. O el adolescente que grita a sus padres, les cierra la puerta de entrada, y acelera con su coche porque no van a dejarle que se quede fuera después de medianoche. O el adulto que exige ver al encargado cuando no puede entrar en un restaurante lleno de gente.

Los puedes ver en todas las etapas de la vida, aunque uno se pregunta si esto comienza en la infancia. Con la buena intención de darles a sus hijos una vida mejor, muchos padres directa o indirectamente estropean a sus hijos, dándoles todo lo que exigen.

Los niños crecen para ser adultos infelices, para seguir persiguiendo la próxima tendencia o en busca de una casa más grande, un coche más rápido, oVivir con gratitudun esposo más guapo.

Crían a sus hijos con la misma mentalidad de que nunca hay suficiente. Crecer con este espíritu de derecho infla nuestro ego temporalmente, pero a costa de una de las virtudes más importantes para tener éxito en la vida: el don de la gratitud.

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